Publicado en: LÁPIZ Revista Internacional de Arte, año XXXII (nº 279), verano de 2013
Por: Vivianne Loría
Desde su aparición en 1895, la Biennale di Venezia se ha logrado mantener como una cita fundamental en la agenda internacional de eventos artísticos. No obstante, un período de existencia tan largo ha dado ocasión a todo tipo de valoraciones y vaivenes en el interés que ha despertado el evento en diferentes períodos. En el transcurso de los años, ha sido tan celebrada como denostada, y uno de los aspectos en los que han recaído las críticas en los últimos decenios es el de su modelo de participaciones nacionales. Con ese mismo esquema, inspirado en Venecia, nacieron otras bienales en distintas partes del mundo, pero en ellas la estructura de pabellones nacionales se fue diluyendo, atendiendo a las teorías sobre la globalización y al concepto de un arte universal, sin fronteras, que fue propagándose en el mundo artístico en las últimas décadas del siglo XX. No obstante, la participación de los artistas en estos eventos sigue dependiendo del patrocinio de sus respectivos estados. Un ejemplo claro lo encontramos en la Bienal de São Paulo, en donde, aunque ya no existen pabellones nacionales, son las distintas naciones las que financian mayoritariamente la participación de sus artistas. Esta situación paradójica se manifiesta en también en bienales como las de Estambul y de Alejandría, en la Manifesta e incluso en la quinquenal Documenta de Kassel.
En Venecia, sin embargo, no hay contradicción. Su funcionamiento responde de forma inequívoca a esa tradicional estructura de pabellones nacionales independientes que gravitan en torno a una muestra central de carácter temático. Los pabellones de la Biennale fueron concebidos como espacios estables: edificios construidos en los Giardini a partir de 1907 que son propiedad de los respectivos estados que participaron en las primeras ediciones de la Bienal y de algunos que se sumaron posteriormente. Es precisamente esta estructura aparentemente caduca la que ha dado estabilidad y extraordinaria longevidad al evento, y la que aún hoy sigue estimulando la ampliación continua del mismo, a través de los pabellones nacionales alternativos o paralelos que en cada edición se diseñan en distintos emplazamientos de la ciudad. Así, a los 29 pabellones nacionales originales que forman el núcleo de los Giardini, se han ido sumando decenas de otras representaciones nacionales, hasta alcanzar la cifra de 88 en la presente edición de la Biennale. Los pabellones de Angola (premiado con el León de Oro de la Biennale), Bahamas, Baréin, Costa de Marfil, Kosovo, Maldivas, Paraguay, Tuvalu y Kuwait están entre las nuevas incorporaciones.
Ha llamado en especial la atención la decisión del Vaticano de contar con su propio Pabellón de la Santa Sede en Venecia. Este pabellón se ha ubicado en una de las Salas de Armas del Arsenale. En la otra se ha instalado el Pabellón de Argentina, que ha conseguido el espacio en comodato por 20 años, y lo ha inaugurado dando argumentos a quienes siempre han cuestionado la participación estatal en Venecia, por los vicios intervencionistas que el poder político trae consigo. En este pabellón, Nicola Costantino presenta su Rapsodia inconclusa, proyecto al que, a instancias de la presidenta de Argentina, se le cambió el título por el de “Eva-Argentina. Una metáfora contemporánea”. La exposición consta de dos videoinstalaciones –además de una escultura– en las que Costantino interpreta a Eva Perón con el fin de explorar las diversas caras del mito y de ensayar una aproximación intimista a la historia particular de este personaje esencial en el imaginario argentino. Pero esta obra compleja y alegórica ha sido desafortunadamente “completada” por el gobierno argentino con un quinto espacio “informativo institucional” que pretende actuar como parte del proyecto, como una videoinstalación más, que muestra en tres pantallas documentales con escenas históricas en las que aparecen Eva Perón, sus funerales y los actos políticos actuales en los que participan miembros de “La Cámpora” (agrupación política pro Kirchner), dando a entender que el espíritu de la consorte del general Juan Domingo Perón se reencarna en el kirchnerismo.
Curiosamente, la poca sutileza del gobierno argentino en esta Biennale ha tenido su contrapunto en el vecino Pabellón de la Santa Sede, donde se ha recurrido a una estrategia de ruptura para entrar en contacto con la creatividad contemporánea y acabar con el rancio conservadurismo artístico practicado desde hace dos siglos por la Iglesia. La propuesta se presenta como un relato del Génesis estructurado en tres núcleos: “Creación”, a cargo del Studio Azzurro, que presenta una videoinstalación interactiva en la que destaca un ojo divino proyectado en el suelo; “De-creación”, abordado por el fotógrafo checo Josef Koudelka, que muestra un conjunto de panorámicas sobre la destrucción, la guerra y el conflicto entre el mundo industrial y la naturaleza; y “Re-creación”, encargado al pintor australiano Lawrence Carroll, que reflexiona sobre el concepto de reconstrucción y el material de desecho. La muestra no lleva a pensar en la idea de “arte sacro”. Es más bien una reinterpretación laica del Génesis, realizada por unos artistas a los que parece que se les ha dado absoluta libertad. Además, se ha evitado, de forma inteligente, utilizar como espacio expositivo alguna de las iglesias o de los palacios históricos que tiene el Vaticano a su disposición en Venecia, y se ha optado en cambio por un emplazamiento de gran visibilidad, que parece anunciar una nueva actitud de la institución eclesiástica frente al revoltoso arte contemporáneo.
La presencia del Vaticano en la Biennale es otro ejemplo del poder simbólico que conserva este evento, del que siguen deseando formar parte naciones y artistas a lo largo y ancho del planeta… a pesar de los augurios a los que alude la excelente obra de Alfredo Jaar, una gran maqueta que muestra los pabellones de la Biennale sumergiéndose en el agua, para volver a emerger y hundirse de nuevo, en un cataclismo cíclico.