Publicado en: LÁPIZ Revista Internacional de Arte, año XXXIV (nº 290)

Rita McBride, “Access”, 2015, 25 piezas de aluminio anodizado cortado por plasma, 150 x 190 x 1,27 cm.
Por: Vivianne Loría
La historia de la crítica de arte como la entendemos hoy comenzó hace unos tres siglos en Francia. Ya antes, en el último tercio del siglo XVII, había nacido, también en Francia, el formato revista: una publicación periódica que abarcaba variedad de temas de interés expuestos por diversos autores. La revista se convirtió en el siglo XIX en un apropiado escaparate para la crítica, y durante la primera mitad del siglo XX esto se vio estimulado por los avances en la reproducción de imágenes. La segunda mitad de ese siglo ha sido la del esplendor de las revistas de arte.
Los inicios del siglo XXI, no obstante, están significando un gran reto no solo para la revistas –amenazadas hoy por los largos tentáculos de la barra libre de internet–, sino también para la crítica de arte en sí, confundida cada vez más con la simple transcripción de las notas de prensa difundidas por instituciones y galerías. Hoy proliferan en la red grandes repositorios de notas de prensa apoyados en eficaces bancos de imágenes que pretenden suplantar el papel que antaño desempeñaban en exclusiva las revistas. En respuesta a este fenómeno, muchas revistas se han ido convirtiendo a su vez en compilaciones de las visiones sesgadas que promotores y marchantes quieren ofrecer de sus actividades.
La historia de las revistas ha sido trabajosa, y el nacimiento de la revista moderna tuvo que esperar dos siglos desde la aparición del Le Mercure galant, en 1672, para encontrar su fórmula de difusión a gran escala, gracias a los avances técnicos en la imprenta y a la aparición de la figura estable del anunciante. En efecto, desde el último tercio del siglo XIX, los anunciantes fueron convirtiéndose en un elemento crucial en el mantenimiento de las revistas, tan importante como los lectores. Pero hoy lectores y anunciantes miran a internet, como la tierra prometida del entretenimiento gratuito los unos y como la piedra filosofal de la publicidad los otros. En definitiva, todos nos rendimos fascinados ante la inmediatez y el paraíso de los estímulos que encontramos en internet y en sus formas híbridas, que los dispositivos móviles colocan literalmente en nuestras manos, y que no tienen fin. Es un mundo vasto, lleno de imágenes esplendorosas y fugaces que en ningún papel lucen tan bien como en pantalla. Y es también un mundo poco amigo de las peroratas, considerando como tales cualquier discurso que se extienda más allá de 900 palabras (este artículo editorial contiene unas 830).
En un mundo como este, la crítica, otrora llave para comprender las fases ocultas de la obra de arte, parece condenada a diluirse. Lo vemos en nuestro trabajo diario al frente de esta revista. La avalancha diaria de información no parece dejar lugar para la reflexión, tarea imprescindible del crítico, que en su lugar se ve lanzado a abrazar con entusiasmo o a aborrecer visceralmente aquello que se le presenta sin llegar a otorgar al análisis de la obra el tiempo suficiente como para emitir un juicio más sosegado, más cercano a ese ideal quizá imposible que es el de la crítica objetiva. Cada obra, cada exposición vista, es solo el ínterin antes de la siguiente obra y la siguiente exposición, en una cadena sinfín de propuestas plásticas y curatoriales que parecen proliferar a la velocidad de vértigo con la que se reproducen las páginas web, y que, no obstante, se asemeja cada vez más a un bucle que se repite una y otra vez. Es un fenómeno que se ha acentuado de forma alarmante en el último lustro y que está infectando el discurso del arte con el pueril espíritu bloguero.
En este número 290 hemos decidido mirar atrás para reconsiderar nuestro papel en el engranaje del arte de este último período y rescatamos textos en los que se analiza esa tarea esencial que ha justificado hasta hoy la existencia de LAPIZ: la crítica de arte, que en realidad nació como una estrategia para alargar el disfrute de la obra de arte a través de la verbalización de sus elementos, en un intento de comprender su misterio. A propósito de la fascinación ante este misterio, reeditamos un artículo de Jorge Wagensberg en el que el científico propone una idea revolucionaria: ¿acaso el arte antecedió a la religión y a la ciencia como hito en la evolución humana? A continuación, ofrecemos las siete virtudes del arte a ojos del desaparecido historiador Juan Antonio Ramírez. Acto seguido, abordamos la compleja cuestión de cuándo una obra puede dejar de considerarse arte, después de haber ostentado ese estatus. También examinamos el sesgo del discurso de la historia del arte y, finalmente, abordamos la crítica de arte como quehacer en tres artículos que exponen, respectivamente, su historia, su espíritu y el reto que le supone la progresiva invasión de la subjetividad en las nuevas propuestas expositivas, en las que los sistemas de referencias parecen mezclarse tan caprichosa y enigmáticamente como lo hacen en los variopintos conjuntos de obras que los coleccionistas atesoran en sus casas.