Publicado en: LÁPIZ Revista Internacional de Arte, año XXXII (nº 279), verano de 2013
Por: Vivianne Loría
Desde su aparición en 1895, la Biennale di Venezia se ha logrado mantener como una cita fundamental en la agenda internacional de eventos artísticos. No obstante, un período de existencia tan largo ha dado ocasión a todo tipo de valoraciones y vaivenes en el interés que ha despertado el evento en diferentes períodos. En el transcurso de los años, ha sido tan celebrada como denostada, y uno de los aspectos en los que han recaído las críticas en los últimos decenios es el de su modelo de participaciones nacionales. Con ese mismo esquema, inspirado en Venecia, nacieron otras bienales en distintas partes del mundo, pero en ellas la estructura de pabellones nacionales se fue diluyendo, atendiendo a las teorías sobre la globalización y al concepto de un arte universal, sin fronteras, que fue propagándose en el mundo artístico en las últimas décadas del siglo XX. No obstante, la participación de los artistas en estos eventos sigue dependiendo del patrocinio de sus respectivos estados. Un ejemplo claro lo encontramos en la Bienal de São Paulo, en donde, aunque ya no existen pabellones nacionales, son las distintas naciones las que financian mayoritariamente la participación de sus artistas. Esta situación paradójica se manifiesta en también en bienales como las de Estambul y de Alejandría, en la Manifesta e incluso en la quinquenal Documenta de Kassel.
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