En esta época que reconoce vivir ya en un estado de imagen total, tan transparente y ubicua como absorbente, el arte parece enfrentado, de forma paradójica, a su propio anhelo por reconquistar su antiguo prestigio visual
Ecología visual
(Extracto)
Por: Adolfo Montejo Navas
Después de lo que supuso el Arte Povera como “bajada de tono”, como desmitificación de la Forma (en mayúscula), emprendida contra cierta pompa estética o imaginario acrítico, ¿cabe preguntarse hoy de nuevo sobre la necesidad de una nueva “reducción” o empobrecimiento estético que pueda combatir el actual colapso visual inflacionario? Lejos de tratarse de una pregunta retórica, es una cuestión más que pertinente, pues si a finales de los años sesenta […] había motivos para reaccionar contra el Pop o el Minimalismo (ambos, movimientos de raíz cultural más anglosajona, con su apuesta mediática, de consumo o de sintonía con el desarrollo industrial), ahora la situación puede que sea mucho más ambigua, y quizá también más abisal. Ahora las tendencias o, mejor dicho, las actitudes artísticas, se hallan mucho menos enfrentadas, debido a la relatividad y pluralismo que gobiernan nuestro tiempo, más allá del postmodernismo, sin olvidar la complejidad que ha alcanzado la relación individuo-historia (subjetividad-sociedad). De esta forma, la vorágine visual e iconográfica que hoy nos es familiar supera en mucho lo conocido hasta ahora e incluso lo previsto por las tendencias más visionarias y multiplicadoras derivadas de Warhol. En esta época que reconoce vivir ya en un estado de imagen total, tan transparente y ubicua como absorbente, el arte parece enfrentado, de forma paradójica, a su propio anhelo por reconquistar su antiguo prestigio visual (ya que no su monopolio), o bien por encontrar puertas de escape que justifiquen su discurso humanista.
La aparición o ascenso de otras especialidades visuales complementarias o derivadas de la artística (el diseño, la publicidad o la moda, sin mencionar la mitificada arquitectura o la cultura del espectáculo en todas sus ramas –incluyendo el cine, la televisión e internet–) ha conformado un contexto cargado de tensiones, una guerra de imágenes. Acaso por ironía puede que vivamos hoy, más que nunca, en el reino de la artisticidad, es decir, en las coordenadas más estetizadas de la historia de la humanidad. En efecto, en la actualidad, la producción de los objetos o artículos con códigos de barras pasa por un invisible control de estetización, de exigente planeamiento formal e iconográfico. Se trata de una estetización que muchas veces tiene poco que ver con el arte, y que se da en el contexto de las “artes corporativas”, provocando una condición de saturación en parte estimulada también por la ingeniería cultural de carácter social/industrial que rodea al arte. […]
Ante este contexto visual inflacionario, interesa indagar en las prácticas artísticas que reducen ese “voltaje” iconográfico alimentado por la sobreexposición, observar a los artistas que combaten el estruendo de la alienación estética, esa que reduce cualquier objeto al grado de fetiche o de mera imagen cosificada. La instrumentalización de una parte del arte no se entiende ya solo, o no tanto, observando las obras acabadas, sino analizando, sobre todo, las poéticas al uso, las actitudes, que intervienen en la inmensa trama que se teje entre el artista y el sistema del arte, en primer lugar, y, por extensión, entre el artista y la sociedad en general.
A pesar de los numerosos museos, ferias, bienales, galerías, etc., el arte actual no tiene territorio, no se localiza en el espacio, en un refugio sagrado donde se ejecuta la contemplación. Se halla a la búsqueda de un lugar, de una significación espacio-temporal, en un estado de energía visual que lo convierte en un ente pulverizado, mucho más maleable, que puede encajar en ámbitos de diverso tipo (del mercado, de las instituciones, de la historia, de la crítica, de la sociedad, de la ideología, de la vida). Se halla a la búsqueda de un imaginario propio más acorde con los tiempos. Tal vez una adecuada metáfora de este fenómeno sean esas prácticas artísticas nómadas que hacen del territorio un tránsito, abandonando aquellos no lugares de Augé y marcando otro camino, convirtiéndose más en flujo y circulación que en estado definido. […]
Si el Arte Povera buscaba cierto “desnudamiento” del objeto artístico, una adhesión más antropológica al locus humano, era para recuperar una experiencia estética más próxima, una energía más presente, aunque también atávica, casi transtemporal. El valor otorgado a la materia, a su ductilidad y mutación, se ubicaba lejos del sentido de “permanencia” y se aproximaba, como lo hace el cuerpo, a su razón orgánica. Esa simbiosis con la naturaleza gracias a la ecuación mente-acción-objeto lo relaciona en alguna medida con el Land Art, una práctica artística también elemental en su formulación, y en ella se basan algunos artistas recientes que intentan recuperar esa relación con la materia. […]
Publicado en: LÁPIZ Revista Internacional de Arte, año XXIX (nº 262), verano de 2010, pp. 69-81.
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