Publicado en: LÁPIZ Revista Internacional de Arte, año XXXII (nº 277), febrero/marzo de 2013
Por: Vivianne Loría
Este mes de febrero se celebra en Madrid una nueva edición de la feria de arte contemporáneo ARCO, en esta ocasión dedicada a Turquía. Según lo que se comenta entre las galerías, los pronósticos sobre las ventas que se producirán en la feria son de lo más variado, aunque predomina cierto catastrofismo que corre paralelo a la difícil situación económica que atraviesa España. Estamos, pues, contemplando las mismas e inciertas perspectivas que se barajaban en la antesala de la edición del año pasado, la cual, sin embargo, se cerró supuestamente con unos resultados moderadamente satisfactorios para la mayoría de las galerías. Ahora, mientras escribimos estas líneas, de nuevo se percibe la incertidumbre, el nerviosismo y la perplejidad de los galeristas ante la desmesurada duración de una crisis que afecta de lleno al mercado del arte. Habrá que esperar a los resultados oficiosos de esta nueva edición de ARCO que, como viene siendo habitual, aparecerán en forma de valoraciones generales y nunca con cifras concretas. En todo caso, hay una primera valoración que ya puede hacerse, y es la que respecta al hecho de que las galerías, si nos atenemos al número de solicitudes presentadas, siguen interesadas en acudir a ARCO. Y es que, paradójicamente, y a pesar de la falta de liquidez que aqueja al gremio, para muchas galerías no acudir a la feria podría añadir nuevos perjuicios a su precaria situación económica, ya que muchas de ellas “salvan” la temporada con las ventas en la feria.
Lo cierto es que, por lo que refiere al contexto español, el comercio del arte moderno o contemporáneo ha experimentado pocos cambios en el último siglo, si exceptuamos precisamente la presencia de las ferias de arte. La feria como nuevo y amplio canal de comercialización del arte ha venido a complementar, y a sustituir en prestigio e importancia, a la galería, tradicional cauce primario caracterizado por el establecimiento permanente y un mercado limitado. Una manifestación de ese carácter limitado al mercado local podía verse hasta hace poco tiempo en algunas galerías españolas de provincias, en las cuales se podía saber quién había sido el comprador de una obra expuesta, ya que, en lugar del anónimo punto rojo que indica actualmente que una obra está vendida, se ponía la tarjeta particular de visita del comprador. Curiosamente, ese mismo proceder se ha trasladado a ARCO, solo que en lugar de la tarjeta de un comprador particular, se coloca la tarjeta de visita de una empresa, fundación u organismo, señalando la reciente adquisición de una obra determinada. Comités de compradores de todo tipo y procedencia recorren la feria comprando obras para las colecciones de sus empleadores. También pasean por entre los stands de las galerías coleccionistas particulares procedentes de diferentes lugares de España o del extranjero, y su simple presencia amplía la clientela potencial de las galerías participantes.
Por otra parte, la simple participación en una feria de la importancia de ARCO o Art Basel, cuya admisión es restringida, confiere a la galería participante una importancia que se alimenta del prestigio de la propia feria, y el prestigio de la feria se ve estimulado a la vez por la notoriedad de las galerías participantes. Recuérdese, en este sentido, cómo la consejera de Turismo, Cultura y Deporte de la Comunidad Valenciana justificaba los tratos comerciales y la honorabilidad de la galería madrileña del empresario chino Gao Ping –juzgado por evasión de impuestos y tráfico de divisas– por el simple hecho de haber participado en ARCO.
No cabe duda de que el cambio más importante en el comercio del arte en los últimos decenios, cambio en el que, por otra parte, radica la necesidad de las ferias de arte, es el amplio abanico de coleccionistas y de clientes ocasionales que estos eventos aglutinan gracias precisamente al prestigio de la selección de galerías participantes que presentan. Naturalmente, ese es el caso de ARCO, la feria de arte más importante en la península, que procura a muchas de las galerías españolas, en especial a las de fuera de Madrid, hasta la mitad de sus ventas anuales. Es tan claro este fenómeno que parece difícil concebir la actividad y la supervivencia de una galería que no participe en una feria de arte que amplíe su limitado mercado. De ahí la proliferación de ferias nacionales y extranjeras, que se fundamenta en esta promesa, aunque muchas no llegan a cubrir las expectativas de ventas de las galerías que pagan por participar en ellas.
Se dice que las galerías, en el actual mercado global, van a sufrir grandes cambios, como también lo sufrirá el modelo de feria de arte. No obstante, nadie puede precisar en qué consistirán esos cambios… A diferencia de lo que ocurre o ha ocurrido ya en el mundo de la música, la edición, la prensa o el cine, el mundo del arte está lejos de ser capaz de vislumbrar esos cambios mas allá de lo que pueda deducir de la aún débil incidencia del comercio virtual del arte a través de internet. A este respecto, se nos ocurre pensar que el propio camino emprendido por el arte desde las vanguardias históricas, caracterizado por la búsqueda de la conjunción con la “vida” o de la inserción directa de la obra en la realidad, ha preparado el terreno para que la obra de arte pueda ser considerada por el comprador como un bien semejante al diseño (de moda, de muebles o de objetos). De esta forma, no existiría gran diferencia entre comprar una instalación por internet y comprarse un bolso de Prada o un sofá de Moooi.